“Debido a la forma en la que esta sociedad está organizada, debido a la violencia que existe en la superficie en todas partes, tienen que esperar que habrá tales explosiones, tienen que esperar cosas así como reacción. Y cuando vives bajo esas circunstancias constantemente (…) Es por eso que, cuando alguien me pregunta sobre la violencia, solo me parece increíble. Porque lo que significa es que la persona que pregunta no tiene ni idea, en absoluto, de lo que la gente negra ha vivido, lo que ha experimentado en este país, desde que la primera persona negra fue secuestrada en las orillas de África” (Angela Davis en 1972).


Todos los peruanos tenemos un símbolo palpable, real, de la violencia. Un documento pequeño y de color celeste. Le dicen DNI y en su parte frontal y superior izquierda (vaya ironía para las líneas que siguen) está la clave de la idea que inicia este texto: República del Perú. 

Aunque hayan pasado más de tres décadas de aquella entrevista a Angela Davis, la histórica activista política afroamericana, que hemos tomado como epígrafe, sus palabras pueden servirnos para abordar la indignación de un sector de nuestra dirigencia nacional por el documental Hugo Blanco/ Río Profundo, de la cineasta Malena Martínez Cabrera. Una película que ha tenido ya algunas proyecciones y que posiblemente ninguna de nuestras monotemáticas cadenas de cine acepte estrenarlo a nivel nacional. Una actitud predecible de estas empresas.


Volvamos a ese objeto celeste. Si alguien dijera que el Perú es un pueblo pacífico, estaría mintiendo o sería un gran ignorante. Detrás de esas palabras hay una verdad dolorosa: desde nuestra independencia (por la que ciertamente lucharon otras naciones, mayoritariamente), los peruanos nos hemos visto envueltos en una vorágine de violencia, un fenómeno constante cuyas víctimas usuales han sido los más vulnerables. Así como la sociedad de Estados Unidos se ha construido, en buena medida, sobre la esclavitud y luego la discriminación de la población afroamericana, el Perú se ha construido sobre la sangre de miles de personas, siendo los más afectados los pueblos indígenas (comunidades que hoy enfrentan dos enemigos mortales: la indiferencia del Estado y el COVID-19). La promesa de la República nunca llegó para ellos, tampoco para las clases populares y lo más irónico es que tampoco para los peruanos de clase media, personas a los que ese mismo virus puede mandarlos, en cuestión de días, a la pobreza. Y cuando un pueblo o una colectividad respira el dolor y la injusticia diariamente, y le están prohibidos los mecanismos de participación democrática, dan paso a la lucha con el cuerpo. Por eso existen las marchas, las huelgas, la toma de edificios públicos, etc. Ningún derecho ciudadano se ha conseguido en una partida de naipes o pidiendo “por favor”.

El miedo oficial

“Pueden haber pasado muchos años y circunstancias pero Hugo Blanco asesinó policías. ¿Tendremos pronto alguna promoción al DT Abimael Guzmán o Polay Campos? Hay mucho por hacer y esa no es la ‘cultura’ que el Perú demanda”, escribió en su Twitter el congresista Otto Guibovich (Acción Popular) el 14 de junio.

Hay una frase bastante simbólica en este tuit: "La 'cultura' que el Perú demanda". ¿Cuál país? ¿El Perú de las élites? Para nadie es un secreto que el Perú siempre ha tendido a la homogenización. ¿La cultura que demanda el congresista es la misma que comparten los pueblos indígenas, por ejemplo? Por lo demás, cultura significa historia, siempre en singular y escrita desde arriba. Y es que en el Perú hay episodios marcados por la violencia que es aceptable estudiar y recordar. Nadie objetaría rememorar las gestas de Miguel Grau o de Francisco Bolognesi porque son personalidades que pertenecen a ese Perú oficial, blanco y en castellano. No sucede lo mismo cuando hablamos de una lucha cuyos protagonistas fueron campesinos que, en muchos casos no sabían, ni leer y escribir. Ahí empieza la incomodidad. Si bien es cierto que el documental Hugo Blanco/Río Profundo tiene como protagonista al hoy activista social y ambiental, la película, según la propia directora y las opiniones críticas que ha merecido hasta ahora, abre la ventana a un tema espinoso: la lucha campesina por la propiedad tierra en un Perú 'oficial' y terrateniente que acabaría con la reformada agraria impulsada en el gobierno de Juan Velasco Alvarado. Aquel movimiento revela una realidad que aún 'respira' actualidad: la democracia peruana no funciona. En aquella época, la prueba de ello fue la incapacidad de los partidos políticos llamados populares (Acción Popular, Apra, etc.) de plantear una reforma agraria desde el Congreso y, desde hace treinta años, lo es la desidia de una clase dirigente por construir un Estado con servicios básicos de calidad. Un fracaso con 'cifras en azul' y que hoy se refleja en los rostros angustiados de los peruanos y las peruanas que hacen cola para adquirir balones de oxígeno.

hugo blanco en el congreso de la república

En relación al asesinato de policías que se atribuye a Blanco, esa información no es una ninguna novedad. El mismo aludido ha comentado las acciones que lo han llevado a la cárcel en más de una oportunidad. Lo hizo, por ejemplo, con César Hildrebrandt en 1979, en una entrevista que cualquiera puede leer en el libro Cambio de palabras, que en el 2018 fue reeditado por Penguin Random House para su sello Debate. Años después, en una entrevista con Martín Cúneo, relataría las acciones que derivarían en la muerte de un efectivo de la guardia civil. El entrevistado cuenta con detalle lo que pasó. Algunos pasajes de esa misma nota periodística fueron recordados por Milagros Leiva, cuando el líder campesino estuve sentado frente a ella en su programa No culpes a las noche en Canal N.

Queda claro entonces que si alguien se ha encargado de hacer conocer su historia es el propio Blanco e incluso lo ha hecho a través de medios con gran repercusión como son los canales de televisión (también conversó con Augusto Thondirke en Buenos Días Perú). Luego de escucharlo es claro que, seguramente, para miles de peruanos, Blanco es un asesino de policías, y para otros miles es un luchador de los derechos de los campesinos. ¿No se trata de eso la Historia? ¿Acercarnos a los hechos y a sus personajes? ¿Analizar lo que pasó, sus acciones y luego asumir una postura sobre lo que hicieron? Un proceso que nos lleva también a tomar decisiones, como, posiblemente, sucedió en las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1979, cuando Blanco fue elegido representante. Y seguramente, aquella vez, otros tantos electores dijeron ‘Por Blanco no voto ni a balas”. ¿No significa eso ser ciudadano? ¿No es así como la funciona la democracia?

Entonces, el problema no es que alguien condenado por asesinato y que purgó cárcel por eso sea protagonista de una película, la diferencia está, en este particular caso, en lo que Hugo Blanco, estemos de acuerdo o no con sus ideas, representa: un político de izquierda ligado al movimiento campesino de La Convención (Cusco) cuya lucha contribuyó a destruir un sistema feudal que mantenía a miles de ciudadanos peruanos en un estado de semiesclavitud. Y de ese tema los militares peruanos conocen mucho porque, precisamente, fue un general el que le dio la estocada final a ese régimen.

Memorias en lugar de Memoria

“(…) ¿qué memoria histórica debemos construir y deconstruir?”, se pregunta Guibovich en un tuit del 15 de junio comentando el documental El viaje de Javier Heraud del director Javier Corcuera. 

Para empezar hay que deconstruir esa historia con mirada colonial que siempre ha invisibilizado a los peruanos que viven al otro lado de los Andes y en la Amazonía. Y luego empezar a construir una historia con múltiples miradas (y en diferentes idiomas), desde la perspectiva de los pueblos que constituyen el Perú. Y para eso es necesario desterrar ese pensamiento arcaico, elitista y mediocre que pretende decirnos qué contenido podemos ver o no.